viernes, 13 de febrero de 2015

Entre la devoción y la diversión, el Carnaval de Vertavillo

EL CARNAVAL DE ÁNIMAS DE VERTAVILLO
F. Javier Abarquero Moras


Luchando contra el tiempo y la despoblación rural, en Vertavillo se conserva una tradición particular que hunde sus raíces en el siglo XVI: uno de los pocos Carnavales de Ánimas que se aún subsisten en la Península Ibérica y la única manifestación de este tipo, de las más de veinte contabilizadas en el pasado, que ha perdurado hasta el siglo XXI en la comarca palentina del Cerrato. El origen de la fiesta se encuentra en una cofradía de ánimas existente ya en 1575 según los libros de testamentos de la parroquia, aunque la confirmación por parte del Obispo no tuvo lugar hasta 1676. Su finalidad, como es lógico, es la de recaudar fondos para realizar sufragios por las Benditas Ánimas del Purgatorio; sin embargo, muestra en su estructura y en los actos que organiza una serie de particularidades en las que radica su originalidad. En vez de los característicos cargos habituales en otras cofradías, cuenta con una Mesa o Junta directiva formada por oficios militares: un capitán, un aposentador, un alférez, un sargento, un "tambor", un portaestandarte y dos cabos, acompañados de otros cargos civiles y religiosos (dos alcaldes, un síndico, una abad y un secretario). Suya es la tarea de organizar los actos de la fiesta de la cofradía, que tienen lugar en los días de Carnaval. Los preparativos comienzan en las Candelas (2 de febrero), cuando se reúne la Mesa de oficiales por primera vez. Desde ese día y hasta carnaval, tanto al amanecer como al anochecer, salía el encargado del tambor (o tambora) a dar vuelta al pueblo llamando a la oración por las ánimas del Purgatorio, y todas las tardes, al oír el particular sonido de la tambora, los niños de la localidad iban saliendo hasta formar una divertida procesión detrás del oficial. El domingo antes de carnaval, llamado “Domingo Gordo”, y como aperitivo de la fiesta, se reunían las cuadrillas de jóvenes a merendar en diferentes casas, en un acto que recuerda a las reuniones de cofrades y, por supuesto, a otras tradiciones de comadres y compadres extendidas por la geografía regional. La fiesta principal tiene lugar en los días de carnaval, que es cuando se desarrollan los actos principales de la tradición, entre los que destaca el “revoleo”. El domingo de carnaval antes de misa, el tambor hace su recorrido habitual llamando a los cofrades para asistir a la eucaristía con el denominado “toque de oficiales”. En otro tiempo su recorrido pasaba por las casas de los distintos cargos, siguiendo la jerarquía, los cuales se iban incorporando a la comitiva con sus respectivas insignias hasta llegar a la plaza, frente a la iglesia. Allí se realiza el primer revoleo. La marcha, que se inicia con el sonido de la tambora, la encabeza el estandarte, seguido por el capitán, el alférez con la bandera (acompañado de otros dos abanderados por lo general) y el sargento con la alabarda; detrás de ellos sale el tambor y enseguida los demás oficiales con sus varas. En este orden dan una vuelta a la plaza, quedando el estandarte en un extremo, a la derecha del pórtico de la iglesia, los abanderados y el alférez en el centro, frente a la misma, y el tambor y el resto del séquito (capitán, cabos, síndico y alcaldes) en el extremo opuesto, junto al Ayuntamiento. La tambora, con sus toques y cambios de ritmo, va marcando los distintos pasos de la exhibición. El primero de ellos es el lanzamiento de la alabarda (un arma ofensiva con morrión en forma de tridente revestida de cintas de colores) por parte del sargento, que en esta ocasión lo hace tres veces: en el centro de la plaza, a un lado y al otro. La pericia del oficial consiste en lanzarla lo más alto posible con una sola mano, que aquella se eleve en posición horizontal y recogerla a su vuelta igualmente sin usar más que un brazo, evitando que caiga al suelo y que se desequilibre. Antes de cada lanzamiento el sargento hace un particular saludo (indicando a uno y otro lado con los dedos índice y pulgar de la mano derecha). Tras este preludio salen el alférez y los abanderados que lo acompañan, repiten el mismo saludo y, siguiendo las indicaciones de la tambora, empiezan el revoleo de las banderas, con una sola mano, primero hacia un lado y luego hacia el otro. Su habilidad radica en evitar que la tela se enrolle, sobre todo en el momento de hacer el giro, y en soportar el peso del mástil, desde luego nada desdeñable. Este revoleo se interrumpe dos veces para tirar la alabarda nuevamente y culmina con otros tres lanzamientos similares a los que lo abrieron. Una vez acabada la demostración se reanuda el desfile alrededor de la plaza, se da el último toque de campanas y se entra en la iglesia. La salida del sacerdote se acompaña de un redoble de tambor y da comienzo el oficio. Antes del ofertorio la tambora se deja oír de nuevo, el cura desciende al pie del altar y sujeta con su mano la estola. El síndico se coloca a su lado con el platillo y los cofrades dirigentes primero y luego todos los demás, pasan besando la mencionada prenda y depositando su donativo mientras el tambor y los oficiales dan una vuelta por el interior del templo al son del llamado toque del ofertorio. A la salida de la ceremonia se repite el tradicional acto del desfile alrededor de la plaza y el revoleo y tras ello se invita a los presentes a probar el vino en la sala de la cofradía, como recuerdo de las colaciones que se ofrecían en el pasado a los oficiales. Por la tarde, el revoleo se repite en “el postigo”, emblemático lugar de la localidad presidido por un rollo renacentista. El martes es el día dedicado específicamente a las ánimas dentro de la fiesta. La mezcla de la devoción a los difuntos y del carnaval puede sorprender a una sociedad actual desacralizada, pero no era extraña en España entre los siglos XVI y XIX. Una forma de vencer al enemigo es unirse a él, y eso debieron pensar los devotos católicos tras el Concilio de Trento, cuando se generaliza la creencia en las ánimas purgantes, creando estas cofradías que se dedicaban, precisamente estos días de gran diversión, a rezar por su salvación. No se renuncia al festejo, pero se combina con los responsos, de manera que todos salen ganando. No es más que una manera de “encauzar” los excesos del antruejo hacia un fin cristiano. Además de repetir los actos del revoleo, esta vez presididos por un estandarte negro de luto, el martes de carnaval se construía dentro de la iglesia, delante del altar, un “túmulo” o catafalco. Estaba formada por una pirámide escalonada de cajones con calaveras pintadas que representaban a las ánimas del purgatorio. En la parte superior, y siguiendo una costumbre de origen pagano, se colocaba una hogaza de pan. Esta “tumba” era además velada durante los oficios religiosos por cuatro jóvenes uniformados y con escopetas, elegidos entre los recién llegados después de hacer el servicio militar. El miércoles de Ceniza en Vertavillo, por su parte, también era protagonista de diversos actos. Por la mañana, los jóvenes recorrían las calles con cencerros y echando “gallinaza” o “aspergés” (una pestilente mezcla de estiércol de gallina y ceniza) para echar fuera las carnes (carnestolendas) y dar comienzo a la cuaresma. Por la noche se efectuaba el Entierro de la Sardina con una particular fórmula. El cortejo portaba una escalera de mano cubierta por una manta en cuyo extremo delantero se sujetan dos botas que simulan los pies del difunto, mientras que por el hueco trasero una persona asomaba la cabeza reclinada hacia atrás, de manera que, aunque camina con el resto de la comitiva, parecía ir tumbado en las parihuelas. Otro intérprete se viste de obispo o sacerdote, al que también podía acompañar un monaguillo, y recita toda serie de dislates en un latín inventado, al que se unen chascarrillos y ocurrencias de los asistentes. Las mujeres se colocaban los más disparatados lutos y seguían la comitiva bailando y cantando al son de la tambora. La fiesta no se daba por concluida hasta el domingo siguiente, llamado de Piñata. En esta fecha se repiten los actos del revoleo, se traspasan los cargos de oficiales y se pagan las cuotas de los cofrades. Como vemos, las tradiciones que acompañan, o acompañaban, al carnaval de Vertavillo, alternan con pericia los actos religiosos o los rezos por los difuntos, con otros de carácter lúdico y que entroncan con las mascaradas de invierno llenas de colorido y de probable origen pagano. En el primero de los casos, el martes por la tarde se siguen realizando responsos en la sala de la cofradía, dentro de una ceremonia de carácter intimista que parece sacada de un velatorio de otro tiempo. Relacionada con estas oraciones, se conserva aún en la sacristía de la iglesia una “tablilla” de ánimas con figuras purgantes pintadas abrasadas por las llamas. En el segundo caso sabemos de la existencia de “birrias” o “botargas”, personajes estrambóticos que en siglos pasados causaban el enojo de las autoridades eclesiásticas, así como el estrafalario encierro de “la vaca”, organizado por los jóvenes, en el que dos personas soportan un armazón cubierto por mantas de ganado, llevando la que va delante una enorme máscara con cuernos y grandes ojos pintados. El falso animal recorría la plaza y las calles acosando y persiguiendo a los chiquillos y, a su vez, era hostigada por uno o dos jinetes (a caballo o en burro) también ataviados con disparatados atuendos. Devoción y fiesta, rezos y baile, espectáculo de carácter castrense que puede estar enraizado en las mesnadas concejiles, personajes burlescos salidos del pasado, máscaras y disfraces. La fiesta popular se puede definir como el contraste entre el colorido de las banderas y el alegre ruido del carnaval por un lado, y la oscuridad del estandarte de luto y el respetuoso silencio sólo arañado por los rezos a favor de las ánimas por otro. Sin duda, el carnaval de ánimas de Vertavillo vivió sus años de mayor esplendor a mediados del siglo pasado, pese a que ya entonces debía haberse transformado en algunos aspectos. Ahora, aunque sea a costa del sacrificio de ciertas reglas, hemos de intentar mantener la tradición. Es nuestro legado, es nuestra obligación.


Bibliografía:
Abarquero Moras, F.J. (2009): El Carnaval de Vertavillo y las cofradías de ánimas del Cerrato Palentino, Estudios Locales, 6, Institución Tello Téllez de Meneses, Diputación de Palencia, Palencia.


Sánchez Doncel, G. (1950), “Estudio Documentado de la Villa de Vertavillo”, PITTM (Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, 4, 58-132.