Noche de San Juan en Vertavillo
Estamos acostumbrados a oír
hablar de las hogueras de San Juan y de la fiesta del fuego como ritual de
renovación en el que se da por finalizado un ciclo. La noche mágica del
solsticio de verano. Sin embargo en Vertavillo la tradición nos cuenta la
existencia de una costumbre de cierto carácter peculiar de la que no formaba
parte el fuego.
Esa noche, la más corta del año, los
jóvenes varones de la localidad se reunían para celebrarla de una manera
especial. De las choperas más cercanas (El Huero o “El Prao”) se cortaban ramas
cuajadas de verdes hojas y con ellas confeccionaban las esbeltas enramadas que tejían con mayor o menor
esmero en las rejas de las ventanas de aquellas casas donde habitaban mozas
casaderas. Se trataba, en definitiva, de un ritual de cortejo colectivo en el
que se plasmaba un paso más en el ciclo natural de la vida de las gentes del pueblo.
No siempre aparecían bonitas
trenzas de ramas, que daban frescor y alegría a las fachadas durante las
primeras horas de aquella mañana, puesto que en ocasiones se obsequiaba a alguna
de las chicas, en función de las simpatías que en esos momentos despertara, con
grandes “tobas” (elevadísimos cardos borriqueros de flor purpúrea y con afilados
pinchos) como castigo por sus desplantes. Tampoco faltaban, en el lado opuesto,
las ventanas en las que la enramada podía aparecer enriquecida con rosas u otras
flores, lo que significaba que la afortunada contaba entre los jóvenes con alguien
especialmente interesado en ella. Pero
la picaresca de la cuadrilla iba incluso más allá, llegando a colocar haces de
alfalfa en las poyatas de aquellas solteras mayores (las solteronas) en una divertida
aunque “grosera” alusión a quienes serían sus únicos pretendientes.
La costumbre dejó de llevarse a
cabo en los años 80, víctima como tantas cosas de la despoblación, pero todavía
es recordada por muchas generaciones.
Javier Abarquero Moras