viernes, 13 de febrero de 2015

Entre la devoción y la diversión, el Carnaval de Vertavillo

EL CARNAVAL DE ÁNIMAS DE VERTAVILLO
F. Javier Abarquero Moras


Luchando contra el tiempo y la despoblación rural, en Vertavillo se conserva una tradición particular que hunde sus raíces en el siglo XVI: uno de los pocos Carnavales de Ánimas que se aún subsisten en la Península Ibérica y la única manifestación de este tipo, de las más de veinte contabilizadas en el pasado, que ha perdurado hasta el siglo XXI en la comarca palentina del Cerrato. El origen de la fiesta se encuentra en una cofradía de ánimas existente ya en 1575 según los libros de testamentos de la parroquia, aunque la confirmación por parte del Obispo no tuvo lugar hasta 1676. Su finalidad, como es lógico, es la de recaudar fondos para realizar sufragios por las Benditas Ánimas del Purgatorio; sin embargo, muestra en su estructura y en los actos que organiza una serie de particularidades en las que radica su originalidad. En vez de los característicos cargos habituales en otras cofradías, cuenta con una Mesa o Junta directiva formada por oficios militares: un capitán, un aposentador, un alférez, un sargento, un "tambor", un portaestandarte y dos cabos, acompañados de otros cargos civiles y religiosos (dos alcaldes, un síndico, una abad y un secretario). Suya es la tarea de organizar los actos de la fiesta de la cofradía, que tienen lugar en los días de Carnaval. Los preparativos comienzan en las Candelas (2 de febrero), cuando se reúne la Mesa de oficiales por primera vez. Desde ese día y hasta carnaval, tanto al amanecer como al anochecer, salía el encargado del tambor (o tambora) a dar vuelta al pueblo llamando a la oración por las ánimas del Purgatorio, y todas las tardes, al oír el particular sonido de la tambora, los niños de la localidad iban saliendo hasta formar una divertida procesión detrás del oficial. El domingo antes de carnaval, llamado “Domingo Gordo”, y como aperitivo de la fiesta, se reunían las cuadrillas de jóvenes a merendar en diferentes casas, en un acto que recuerda a las reuniones de cofrades y, por supuesto, a otras tradiciones de comadres y compadres extendidas por la geografía regional. La fiesta principal tiene lugar en los días de carnaval, que es cuando se desarrollan los actos principales de la tradición, entre los que destaca el “revoleo”. El domingo de carnaval antes de misa, el tambor hace su recorrido habitual llamando a los cofrades para asistir a la eucaristía con el denominado “toque de oficiales”. En otro tiempo su recorrido pasaba por las casas de los distintos cargos, siguiendo la jerarquía, los cuales se iban incorporando a la comitiva con sus respectivas insignias hasta llegar a la plaza, frente a la iglesia. Allí se realiza el primer revoleo. La marcha, que se inicia con el sonido de la tambora, la encabeza el estandarte, seguido por el capitán, el alférez con la bandera (acompañado de otros dos abanderados por lo general) y el sargento con la alabarda; detrás de ellos sale el tambor y enseguida los demás oficiales con sus varas. En este orden dan una vuelta a la plaza, quedando el estandarte en un extremo, a la derecha del pórtico de la iglesia, los abanderados y el alférez en el centro, frente a la misma, y el tambor y el resto del séquito (capitán, cabos, síndico y alcaldes) en el extremo opuesto, junto al Ayuntamiento. La tambora, con sus toques y cambios de ritmo, va marcando los distintos pasos de la exhibición. El primero de ellos es el lanzamiento de la alabarda (un arma ofensiva con morrión en forma de tridente revestida de cintas de colores) por parte del sargento, que en esta ocasión lo hace tres veces: en el centro de la plaza, a un lado y al otro. La pericia del oficial consiste en lanzarla lo más alto posible con una sola mano, que aquella se eleve en posición horizontal y recogerla a su vuelta igualmente sin usar más que un brazo, evitando que caiga al suelo y que se desequilibre. Antes de cada lanzamiento el sargento hace un particular saludo (indicando a uno y otro lado con los dedos índice y pulgar de la mano derecha). Tras este preludio salen el alférez y los abanderados que lo acompañan, repiten el mismo saludo y, siguiendo las indicaciones de la tambora, empiezan el revoleo de las banderas, con una sola mano, primero hacia un lado y luego hacia el otro. Su habilidad radica en evitar que la tela se enrolle, sobre todo en el momento de hacer el giro, y en soportar el peso del mástil, desde luego nada desdeñable. Este revoleo se interrumpe dos veces para tirar la alabarda nuevamente y culmina con otros tres lanzamientos similares a los que lo abrieron. Una vez acabada la demostración se reanuda el desfile alrededor de la plaza, se da el último toque de campanas y se entra en la iglesia. La salida del sacerdote se acompaña de un redoble de tambor y da comienzo el oficio. Antes del ofertorio la tambora se deja oír de nuevo, el cura desciende al pie del altar y sujeta con su mano la estola. El síndico se coloca a su lado con el platillo y los cofrades dirigentes primero y luego todos los demás, pasan besando la mencionada prenda y depositando su donativo mientras el tambor y los oficiales dan una vuelta por el interior del templo al son del llamado toque del ofertorio. A la salida de la ceremonia se repite el tradicional acto del desfile alrededor de la plaza y el revoleo y tras ello se invita a los presentes a probar el vino en la sala de la cofradía, como recuerdo de las colaciones que se ofrecían en el pasado a los oficiales. Por la tarde, el revoleo se repite en “el postigo”, emblemático lugar de la localidad presidido por un rollo renacentista. El martes es el día dedicado específicamente a las ánimas dentro de la fiesta. La mezcla de la devoción a los difuntos y del carnaval puede sorprender a una sociedad actual desacralizada, pero no era extraña en España entre los siglos XVI y XIX. Una forma de vencer al enemigo es unirse a él, y eso debieron pensar los devotos católicos tras el Concilio de Trento, cuando se generaliza la creencia en las ánimas purgantes, creando estas cofradías que se dedicaban, precisamente estos días de gran diversión, a rezar por su salvación. No se renuncia al festejo, pero se combina con los responsos, de manera que todos salen ganando. No es más que una manera de “encauzar” los excesos del antruejo hacia un fin cristiano. Además de repetir los actos del revoleo, esta vez presididos por un estandarte negro de luto, el martes de carnaval se construía dentro de la iglesia, delante del altar, un “túmulo” o catafalco. Estaba formada por una pirámide escalonada de cajones con calaveras pintadas que representaban a las ánimas del purgatorio. En la parte superior, y siguiendo una costumbre de origen pagano, se colocaba una hogaza de pan. Esta “tumba” era además velada durante los oficios religiosos por cuatro jóvenes uniformados y con escopetas, elegidos entre los recién llegados después de hacer el servicio militar. El miércoles de Ceniza en Vertavillo, por su parte, también era protagonista de diversos actos. Por la mañana, los jóvenes recorrían las calles con cencerros y echando “gallinaza” o “aspergés” (una pestilente mezcla de estiércol de gallina y ceniza) para echar fuera las carnes (carnestolendas) y dar comienzo a la cuaresma. Por la noche se efectuaba el Entierro de la Sardina con una particular fórmula. El cortejo portaba una escalera de mano cubierta por una manta en cuyo extremo delantero se sujetan dos botas que simulan los pies del difunto, mientras que por el hueco trasero una persona asomaba la cabeza reclinada hacia atrás, de manera que, aunque camina con el resto de la comitiva, parecía ir tumbado en las parihuelas. Otro intérprete se viste de obispo o sacerdote, al que también podía acompañar un monaguillo, y recita toda serie de dislates en un latín inventado, al que se unen chascarrillos y ocurrencias de los asistentes. Las mujeres se colocaban los más disparatados lutos y seguían la comitiva bailando y cantando al son de la tambora. La fiesta no se daba por concluida hasta el domingo siguiente, llamado de Piñata. En esta fecha se repiten los actos del revoleo, se traspasan los cargos de oficiales y se pagan las cuotas de los cofrades. Como vemos, las tradiciones que acompañan, o acompañaban, al carnaval de Vertavillo, alternan con pericia los actos religiosos o los rezos por los difuntos, con otros de carácter lúdico y que entroncan con las mascaradas de invierno llenas de colorido y de probable origen pagano. En el primero de los casos, el martes por la tarde se siguen realizando responsos en la sala de la cofradía, dentro de una ceremonia de carácter intimista que parece sacada de un velatorio de otro tiempo. Relacionada con estas oraciones, se conserva aún en la sacristía de la iglesia una “tablilla” de ánimas con figuras purgantes pintadas abrasadas por las llamas. En el segundo caso sabemos de la existencia de “birrias” o “botargas”, personajes estrambóticos que en siglos pasados causaban el enojo de las autoridades eclesiásticas, así como el estrafalario encierro de “la vaca”, organizado por los jóvenes, en el que dos personas soportan un armazón cubierto por mantas de ganado, llevando la que va delante una enorme máscara con cuernos y grandes ojos pintados. El falso animal recorría la plaza y las calles acosando y persiguiendo a los chiquillos y, a su vez, era hostigada por uno o dos jinetes (a caballo o en burro) también ataviados con disparatados atuendos. Devoción y fiesta, rezos y baile, espectáculo de carácter castrense que puede estar enraizado en las mesnadas concejiles, personajes burlescos salidos del pasado, máscaras y disfraces. La fiesta popular se puede definir como el contraste entre el colorido de las banderas y el alegre ruido del carnaval por un lado, y la oscuridad del estandarte de luto y el respetuoso silencio sólo arañado por los rezos a favor de las ánimas por otro. Sin duda, el carnaval de ánimas de Vertavillo vivió sus años de mayor esplendor a mediados del siglo pasado, pese a que ya entonces debía haberse transformado en algunos aspectos. Ahora, aunque sea a costa del sacrificio de ciertas reglas, hemos de intentar mantener la tradición. Es nuestro legado, es nuestra obligación.


Bibliografía:
Abarquero Moras, F.J. (2009): El Carnaval de Vertavillo y las cofradías de ánimas del Cerrato Palentino, Estudios Locales, 6, Institución Tello Téllez de Meneses, Diputación de Palencia, Palencia.


Sánchez Doncel, G. (1950), “Estudio Documentado de la Villa de Vertavillo”, PITTM (Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, 4, 58-132.

jueves, 3 de enero de 2013

Retablo Mayor de la Iglesia de Vertavillo. Cuadros historiados de la Adoración de los Pastores y de la Adoración de los Reyes.


Cuadros historiados en medio relieve del Altar Mayor de la Iglesia Parroquial de San Miguel de Vertavillo. Adoración de los Pastores y Adoración de los Reyes.
 

Las fechas navideñas y la celebración de la Epifanía del señor son buenos pretextos para hablar de dos excelente muestras de escultura barroca que forman parte del Retablo Mayor de la Iglesia Parroquial de Vertavillo.

La fábrica de dicho retablo fue encargada a Lucas Ortiz de Bohar, ensamblador afincado en Villamuriel, quien la ejecutó entre 1700 y 1701 por un coste de 11.700 reales de vellón. Se trata de una obra de claro estilo barroco, con un banco, un cuerpo principal con cinco ochavos separados por columnas salomónicas revestidas de hojas de parra, racimos de uva y yedra, y un remate superior adaptado a la bóveda del ábside.

En las cinco hornacinas del cuerpo central se colocan las esculturas de San Miguel Arcángel, que ocupa el lugar central y que es obra de Tomás de Sierra, y las de San José, San Lorenzo (izquierda) y San Sebastián y San Isidro (derecha), salidas estas cuatro de la mano de Manuel Ordónez de Ribera.

Las obras que hoy nos ocupan se encuentran en el banco o predela y son la Adoración de los Pastores (izquierda) y Adoración de los Reyes (derecha). Se trata de dos cuadros historiados obra también de Tomas de Sierra, quien recibió por su trabajo, incluida la talla de San Miguel, un total de 1.100 reales. Su ejecución debió tener lugar en la primera década del siglo XVIII, tras el montaje del retablo.


Tomás de Sierra (al que Gregorio Sánchez Doncel en su Historia de Vertavillo de 1950 cambia el apellido por “Tomás de Herrera”, quizás por un error a la hora de trascribirlo) nació en la localidad berciana de Santalla (Léon), aunque su formación escultórica se desarrolló en Valladolid. Llega a Medina de Rioseco en los años 80 del siglo XVII, donde se casa y establece su taller, trabajando en varios pueblos de la provincia de Valladolid y de Palencia, como Villaumbrales, Fuentes de Nava y Villamuriel de Cerrato. Se caracteriza por cierta tendencia hacia lo rococó, su interés por lo anecdótico y la carga sentimental de los rostros y actitudes. Tiene claras influencias de Gregorio Fernández y recuerda a Juan de Juni.

Los dos relieves de Vertavillo se ajustan a la perfección a las características citadas. En la Adoración de los Reyes podemos ver la expresión entregada de la Virgen y San José, así como la devoción en la cara de los tres reyes. Destaca la presencia de detalles como la corona de Melchor depositada ante el niño, las diferentes urnas de las ofrendas, la riqueza de las vestimentas y la puerta central que separa los grupos de figuras y representa el portal de Belén, por la que asoma un cortinaje que le da cierto movimiento y sobre la que no falta la estrella guía. Curiosos también los dos soldados en seguindo plano, séquito de los reyes.

La Adoración de los Pastores es sobre todo una escena del Nacimiento, con el niño en su cuna, la Virgen a la derecha y San José arrodillado a su izquierda; ambos con los mismos rostros y las mismas vestimentas que en el cuadro anterior, afanados ahora en atender al recién nacido. La misma puerta se sitúa en el centro de la imagen, pero en este caso asoman por ella el buey y la mula. Detrás de San José se disponen dos pastorcillos imberbes en un discreto segundo plano, uno con alforja y otro con cayado, ambos con vestiduras más humildes. Detrás de la virgen, en un recuadro intencionadamente separado de la historia principal, hay una escena con un ángel que porta una cartela y que parece recrear la Anunciación a los pastores.

F. Javier Abarquero Moras

Bibliografía: Sánchez Doncel, 1950, Historia de Vertavillo. ITTM, 4.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Función del Cristo


La Función del Santísimo Cristo del Consuelo


Estamos acostumbrados a pensar que lo vivido desde la infancia es, inevitablemente, “de toda la vida”, pero olvidamos que la Historia se escribe a través de muchas vidas, y que no todas conocieron las mismas costumbres y similares actitudes. Nuestra presencia en la tierra es, vista desde los ojos de un historiador, muy corta, y pese a que las tradiciones son capaces de traspasar siglos e incluso milenios, también es verdad que algunas se perdieron para siempre o fueron sustituidas por otras en función de las circunstancias.

Esto podría haber pasado con las fiestas del Santo Cristo del Consuelo en Vertavillo. Cualquiera de nosotros daría por sentado que se vienen celebrando desde tiempos inmemoriales, y así es, puesto que nadie encuentra en su memoria, ni en la de sus antepasados más directos, nada que lo ponga en duda. Sin embargo, y si seguimos las pistas de los documentos históricos, parece que no siempre la fiesta principal de nuestro pueblo fue esta de mediados de septiembre.

Curiosamente tampoco he encontrado, por el momento, nada que haga suponer que se festejara de manera especial la festividad del olvidado santo patrono de la localidad, San Miguel Arcángel, el día 29 de septiembre, más allá de una pequeña celebración restringida al gremio de los pastores que se hacía el día 8 de mayo (día de la aparición de San Miguel). Sin embargo, y como se menciona en las respuestas dadas al formulario del Marqués de la Ensenada en 1752, el común de Vertavillo se hacía cargo de los gastos ocasionados por las fiestas de San Lorenzo (10 de agosto), San Bartolomé (24 de agosto) y San Roque (16 de agosto). Por lo visto, a mediados del siglo XVIII era este mes veraniego el más nutrido en festividades. De todas ellas hemos de destacar la de San Roque, puesto que de la misma sí se guarda memoria viva entre la generación nacida en la primera mitad del siglo pasado. El santo, que reposa en uno de los altares de la iglesia parroquial, era sacado en procesión por las calles del pueblo y homenajeado por unos interminables bailes a la puerta de la iglesia. De la fiesta de los otros dos próceres no se tiene memoria, aunque hemos de destacar la posición preeminente de San Lorenzo, el de las parrillas, a la izquierda del patrón en el lujoso altar mayor de la iglesia.

¿Desde cuándo se celebra entonces la festividad del Santo Cristo del Consuelo? Pues habrá que suponer que después de aquellas fechas, y muy probablemente desde finales del citado siglo XVIII. A esta conclusión nos llevan los datos publicados por G. Sánchez Doncel sobre la ermita del Cristo llamado hasta 1618 del Humilladero. La majestuosa construcción neoclásica que hoy contemplamos fue en el siglo XVII una simple capilla donde se guardaba la milagrosa imagen, foco de gran devoción entre los vecinos. De este fervor salían magnánimas limosnas, lo que posibilitó juntar los cuartos necesarios para su ampliación, la cual se inició en 1721 aprovechando la piedra de la cercana ermita del Arrabal, ya en ruinas. Las obras parece que duraron mucho tiempo, puesto que su bendición no se produce hasta 1784.

Este año, el día 14 de septiembre se traslada el Cristo con una gran procesión y la asistencia del clero de la comarca, el día 15 se realiza la bendición por el párroco D. Manuel Sanz y se dice misa solemne, predicando al día siguiente un famoso orador del Convento de San Diego de Palencia. Los actos se continuaron otro día más con honras fúnebres por los difuntos de la recién estrenada cofradía del Cristo del Consuelo (congregación pía de carácter asistencial y funerario cuya fundación tiene lugar en 1781).

En definitiva, que se juntaron varios días de fiesta a mediados de septiembre que culminan, como en la fiesta que todos recordamos, con la misa de difuntos. Parece muy razonable, por lo tanto, pensar que es a partir de este momento, 1784, con la inauguración de la recién ampliada ermita del Cristo, cuando se estable la celebración de estas fiestas.

228 años son muchos para guardar memoria, ni nuestros abuelos ni los suyos podrían acordarse de otra cosa que de bajar religiosamente cada tercer domingo de septiembre a celebrar la esperada función del Cristo del Consuelo.

F. Javier Abarquero Moras

Fuentes: Catastro del Marqués de la Ensenada, 1752; Sánchez Doncel, 1950 (PITTM,4)
 
Procesión de San Roque, años 40




San Lorenzo, altar mayor de la iglesia de Vertavillo

 
Ermita del Cristo

lunes, 9 de julio de 2012

475 años del Privilegio de Villa


475 Aniversario del Privilegio de Villa

En 1537, hace ahora 475 años, el rey Carlos I de España, emperador del Sacro Imperio Romano-Germano, junto a su olvidada madre la reina Doña Juana, concede a Vertavillo el título de Villa. Tal acontecimiento queda recogido en un excepcional documento escrito en vitela que, milagrosamente, el tiempo ha resguardado hasta nuestros días.


Vertavillo era hasta ese momento un simple “lugar” que dependía de la jurisdicción de Baltanás en las causas civiles y criminales excepto en aquellas cuya cuantía fuera menor a 120 maravedíes. Pero el Concejo de Vertavillo, por su cuenta, se emancipa de aquella tutoría en el año 1532, entablando un pleito que se ventilaba en la Real Chancillería de Valladolid. Teniendo como tenían los de Vertavillo todas las de perder, decidieron acudir directamente al Rey suplicando fueran eximidos de la jurisdicción de Baltanás, por encontrarse este pueblo alejado (dos leguas) y tener Vertavillo gran número de vecinos (150). Pero por si los argumentos no fueran suficientes, el Consejo de Vertavillo aporta la cantidad de 2000 ducados de oro, equivalente a 750.000 maravedíes, para ayudar a las grandes causas del reino (léase las luchas contra el turco y contra Lutero que tanta sangría de las arcas nacionales produjeron).

Debió ser la rica suma de dinero lo que convenció al emperador, que no dudó en dictar el privilegio por el que Vertavillo, a partir de entonces adquiere el título de Villa, otorgándole jurisdicción civil y criminal, alta y bajo, mero y mixto imperio. Al mismo tiempo se faculta a la población a tener “forca e picota, cepo, cárcel, cadena, cuchillo, azote y todas otras insignias de jurisdicción de villa”.

El documento, en el que figuran como pagadores el procurador y el regidor de Vertavillo, Martín Núñez y García de las Moras, fue firmado por el rey en Valladolid el 20 de abril de 1537. En virtud de este privilegio se construyo el Rollo renacentista que todavía hoy enseñorea el mirador del Postigo, a la salida del casco amurallado por la puerta meridional. El monumento es en principio una insignia de jurisdicción, emblema de la alcanzada categoría de villa, independientemente de que a su lado se construyeran picotas y cepos como instrumentos de castigo y escarnio público, y de que, avanzado el tiempo y por identificación de ambos elementos, también él mismo acabara usándose para infringir alguno de los castigos.

Destaca el rollo de Vertavillo por su majestuosidad, más de 8 m de altura, una escalinata octogonal que salva el ligero desnivel del terreno (razón por la que los peldaños varían de 6 a 9 en función de la cara), y con un fuste cuadrangular (5,85 m) rematado en un capitel con columnitas torneadas, placas, bolas, un remate troncocónico y cuatro gárgolas que figuran leones. En su cara septentrional se colocó el escudo imperial de Carlos I y en la meridional otro escudo.
F. Javier Abarquero Moras



 Fuente: G. Sánchez Doncel, 1950: “Estudio documentado de la Villa de Vertavillo”, PITTM, 2: 63-132

lunes, 25 de junio de 2012

Noche de San Juan en Vertavillo


Noche de San Juan en Vertavillo



Estamos acostumbrados a oír hablar de las hogueras de San Juan y de la fiesta del fuego como ritual de renovación en el que se da por finalizado un ciclo. La noche mágica del solsticio de verano. Sin embargo en Vertavillo la tradición nos cuenta la existencia de una costumbre de cierto carácter peculiar de la que no formaba parte el fuego.

Esa noche, la más corta del año, los jóvenes varones de la localidad se reunían para celebrarla de una manera especial. De las choperas más cercanas (El Huero o “El Prao”) se cortaban ramas cuajadas de verdes hojas y con ellas confeccionaban las esbeltas enramadas que tejían con mayor o menor esmero en las rejas de las ventanas de aquellas casas donde habitaban mozas casaderas. Se trataba, en definitiva, de un ritual de cortejo colectivo en el que se plasmaba un paso más en el ciclo natural de la vida de las gentes del pueblo.

No siempre aparecían bonitas trenzas de ramas, que daban frescor y alegría a las fachadas durante las primeras horas de aquella mañana, puesto que en ocasiones se obsequiaba a alguna de las chicas, en función de las simpatías que en esos momentos despertara, con grandes “tobas” (elevadísimos cardos borriqueros de flor purpúrea y con afilados pinchos) como castigo por sus desplantes. Tampoco faltaban, en el lado opuesto, las ventanas en las que la enramada podía aparecer enriquecida con rosas u otras flores, lo que significaba que la afortunada contaba entre los jóvenes con alguien especialmente interesado en ella.  Pero la picaresca de la cuadrilla iba incluso más allá, llegando a colocar haces de alfalfa en las poyatas de aquellas solteras mayores (las solteronas) en una divertida aunque “grosera” alusión a quienes serían sus únicos pretendientes.

La costumbre dejó de llevarse a cabo en los años 80, víctima como tantas cosas de la despoblación, pero todavía es recordada por muchas generaciones.

Javier Abarquero Moras

domingo, 20 de mayo de 2012


Romería de la Virgen de Hontoria (Vertavillo)



Nuestra Señora de Hontoria, una bellísima talla románica policromada con la virgen sentada en majestad y el niño sentado en sus rodillas, es una advocación mariana de Vertavillo que celebra su festividad el sábado antes de la Ascensión. El nombre lo recibe del pago en el cual se instala su ermita, a unos 4 km al este del pueblo, un edificio de traza románica con una puerta de medio punto en la fachada principal y un gran arco triunfal, también de medio punto, en el interior marcando el presbiterio.

Leyenda de “La Serranilla”

La virgen de Hontoria es llamada popularmente “La Serranilla”, algo que podría extrañar en una comarca de páramos y valles alejada de cualquier Sierra al uso. Este nombre tiene su origen en la vieja leyenda contada y trasmitida a través de generaciones según la cual iban unos serranos de camino por estas tierras de viaje con sus carretas. Llegaron al pago de “Hontoria” hacia el atardecer, momento en el que hallaron entre los matorrales la bella imagen de la Virgen. Tras cargar con la reliquia prosiguieron su caminar durante toda la noche, sin embargo, al apuntar las primeras luces del día, los asombrados serranos se dieron cuenta de que no habían avanzado ni un paso, encontrándose  en el mismo punto en el que el día anterior habían hallado la virgen. Tan “milagroso” fenómeno, interpretaron, no podía significar otra cosa que la Santa Madre de Dios deseaba que en aquel preciso lugar le fuera edificada una ermita.

Historia

La leyenda relatada repite la crónica de otras tantas imágenes de vírgenes repartidas por toda la Península Ibérica. La realidad histórica tampoco es mucho más original. La ermita de Hontoria de Vertavillo no es más que el único testimonio en pie de un viejo pueblo que allí se ubicó durante la Edad Media y que recibía el nombre de Fontorida. Su existencia está atestiguada por varios documentos de la época, por varias noticas orales sobre la aparición de sepulturas y por los abundantes restos arqueológicos que en superficie se pueden observar alrededor del edificio y en las tierras de labor cercanas. Su desaparición, probablemente a principios del siglo XVI, respetó la vieja iglesia parroquial de San Esteban, cambiando la advocación a la de Nuestra Señora de Hontoria.

                A mediados del siglo XVIII había ya una cofradía de la Virgen de Hontoria que, además, se hacía cargo de los gastos ocasionados por atender a los necesitados en el llamado Hospital de Nuestra Señora de Hontoria, situado en la actual calle del Hospital. A principios del siglo XX existía también la cofradía de la Virgen de Hontoria y de San Miguel, que luego desapareció. A finales del siglo pasado renació la cofradía de Nuestra Señora de Hontoria que en los últimos años se ha encargado de la rehabilitación de la ermita gracias a los donativos de los devotos.

Tradición.

La tradición se hunde en la historia y probablemente tenga su origen allá por la época en la que se produjo la despoblación de aquel núcleo medieval. Como en tantos otros pueblos, la ermita pasó a convertirse en un lugar de romería al que, una vez al año, se acudía a venerar a la virgen, sirviendo este acto como recuerdo de los hombres y mujeres que allí moraron.  La fiesta hasta los años 80 del siglo pasado se celebraba el martes antes de la Ascensión (cuando esta fiesta caía en jueves), pasando luego a ocupar la fecha del sábado siguiente, con la intención de que pudieran acudir también aquellas personas que trabajaban y vivían fueran del pueblo. La imagen se saca de la iglesia parroquial en procesión hasta el Cristo, la ermita situada en la parte baja del pueblo, donde se le rezaba una oración. Posteriormente era subida en una carroza y trasladada hasta su ermita, a veces rezando el rosario por la carretera. En la actualidad, y teniendo en cuenta el alto valor de la talla románica, se evita este recorrido. En su templo se dice la misa y posteriormente se realiza otra procesión que acaba delante de la puerta con la bendición de los campos y entonando primero la salve y luego canciones propias de la virgen de Hontoria.

La fiesta continua con la comida campestre, antes en el llamado “Prao”, luego en el monte de “Valdileja”, donde las familias se reúnen para degustar el menú típico: ensaladilla, tortilla de patata, filetes empanados y, de postre, leche frita.

F. Javier Abarquero Moras





lunes, 14 de mayo de 2012


¡Viva San Isidro Labrador!

Con esta frase, fuertemente lanzada al viento, terminaba la procesión del santo patrón de los agricultores, venerado en Vertavillo como en multitud de pueblos castellanos, amén de en la capital madrileña; destinatario de inmensidad de rogativas pidiendo lluvia o de plegarias para ahuyentar el pedrisco.

El 15 de mayo en Vertavillo la imagen del santo se baja de su privilegiada hornacina en el altar mayor y su vara se engalana con un ramillete de espigas verdes recién cortadas. Este día los agricultores dejan los tractores aparcados en la nave y acuden a venerar a su patrón.

La fiesta, como tantas otras, ha perdido gran parte de su sabor tradicional. En un pasado no tan lejano el día de hoy era de gran solemnidad en el pueblo. A la misa mayor acudían las jóvenes y niñas vestidas con el traje típico (aquí decíamos que se vestían de “San Isidro”), compuesto de medias blancas, un manteo (falda gruesa) de color rojo con ribetes o adornos en negro, blusa blanca, delantal y corpiño negros con abalorios brillantes y pañuelo anudado en la cabeza. Estas ocupaban los primeros bancos de la iglesia y cada una llevaba una cesta de mimbre adornada con flores que contenía productos de la tierra (pan, cereal, lentejas, garbanzos, harina, mantecados, rosquillas…). Durante el ofertorio, las niñas se acercaban al altar y dejaban su cesta debajo del santo como gesto de gratitud por la custodia que aquel hace de nuestros campos.

Esta ceremonia esconde, sin duda, una ancestral relación de concordia entre el hombre y la naturaleza de la que depende para subsistir, puesto que ritos de reciprocidad parecidos, en los que se entregan a la divinidad  o a los espíritus del subsuelo parte de los rendimientos que se extraen de la tierra se documentan en todas las culturas desde época prehistórica. El ofrecimiento a San Isidro de frutos de la cosecha no hace más que repetir, adaptar y encauzar esta ancestral costumbre.

La fiesta de San Isidro en Vertavillo era organizada por la cofradía de labradores que tenía a este santo como patrón, luego reconvertida en Cámara Agraria (que es la que actualmente se encarga de la celebración). Tras la misa se ofrecía un ágape a todos los asistentes en el “Soportal” del Ayuntamiento, en el cual era indispensable la típica “limonada” con la que más de un chaval acababa mareado. 

En la actualidad se conserva la celebración religiosa, con misa mayor y procesión, y también el refrigerio posterior, con vino, chorizo, jamón, etc. Falta, lamentablemente, la nota de color que ponían las niñas con sus alegres trajes.



Javier Abarquero Moras